Cafarnaúm: La ciudad olvidada (Capharnaüm, Libano, 2018) / Dirección: Nadine Labaki.
Reparto: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Boluwatife Treasure Bankole, Kawthar Al Haddad, Fadi Kamel Youssef, Cedra Izam, Alaa Chouchnieh, Nour el Husseini, Elias Khoury, Nadine Labaki. / Guion: Nadine Labaki (Historia: Labaki Jihad Hojeily). / Fotografía: Christopher Aoun. / Música: Khaled Mouzanar. Estreno viernes 08 de febrero de 2019.
por: Enrique López Arvizu
Te voy a hacer llorar.
Estrenada en el marco del pasado Festival de Cannes, la tercera película de la directora y actriz libanesa Nadine Labaki logró conmover a la presidenta del jurado, la prestigiosa actriz Cate Blanchet, de donde consiguió llevarse algún premio y una destacada ovación.
La historia que narra es desgarradora, un chico de alrededor de 12 años, Zain, se encuentra en una cárcel juvenil pagando por un crimen cometido, después de su malograda infancia se decide por denunciar a sus padres, acusándolos de haberlo traído al mundo de manera irresponsable.
El relato viajará a través del tiempo para narrar en el presente el juicio en contra de los padres del menor, con la propia Labaki como la abogada defensora del chico, y al pasado para conocer los detalles que llevaron a Zain a cometer un sangriento crimen y su posterior decisión de enjuiciar a sus progenitores.
En sus traslados al pasado, la historia se centrará primero en contar el entorno en el que vive (o sobrevive) el chico y su familia, integrante de una familia en la que ni los mismos padres saben cuantos hijos han tenido, donde el pequeño Zain debe trabajar para un tipo dueño de un pequeño comercio, de quien cuida a su hermana, próxima a recibir su primera menstruación, para que no le sea ofrecida en matrimonio, y posteriormente narra la travesía que Zain debe superar al quedarse a cargo del bebé de una inmigrante indocumentada que ha sido encarcelada, mientras busca la posibilidad de huir de su propio país, con el inconveniente de no contar con ningún tipo de identificación oficial.
El gran problema de la película es el abuso que hace de las situaciones terribles por las que deberá pasar el chico, un niño condenado a comportarse tempranamente como adulto, al que Labaki no le permite apenas sonreír y si pasar por una incontable cantidad de situaciones adversas que van desde sufrir violencia física y verbal, padecer acoso sexual por un adulto, pasar hambre y sed, beber agua sucia, convertir antidepresivos en bebidas estimulantes para sacar dinero, entre otras situaciones igual de excesivas.
La película manipula todo el tiempo a su espectador, sin brindarle la oportunidad de decidir que pensar y mucho menos que sentir, con imágenes que se regodean de manera brutal en la miseria reinante, algunas hechas desde un dron que le permite mostrar la magnitud de la pobreza, una musicalización que subraya los momentos de mayor congoja y, sobre todo, un discurso limitado donde todo se circunscribe a señalar a los padres como los máximos culpables de la pobreza, incapaz de escudriñar en los verdaderos motivos que aplastan a millones de ciudadanos en condiciones nada dignas para un ser humano.
Labaki se propone que el espectador lo pase mal en el visionado de su película y termine con el corazón destrozado en medio de un mar de lágrimas, lo que consigue a cabalidad gracias a su tortuosa manipulación y tremendismo.